El proyecto evidencia algunos dispositivos de control corporal y construcción de imaginarios vinculados a la femineidad subvirtiendo el lenguaje cinematográfico y coreográfico de los musicales hollywoodienses producidos por el tándem Ziegfeld/Berkeley.
Busby Berkeley siempre afirmó que no había ninguna intención en sus coreografías más allá de la ambición de hacer que cada una fuera mejor que el anterior. Esté afán de “progreso”, vinculado a la noción de modernidad, y el supuesto componente apolítico contrastan con las comparaciones entre sus líneas de coro de precisión y los monumentales desfiles callejeros amados por Mussolini, Hitler y Stalin. Marchas cuya tradición veneran los actuales máximos mandatarios Kim Jong-un, Vladimir Putin o Jair Bolsonaro.
Es evidente encontrar puntos en común entre ambas expresiones como es el culto a un estereotipo de juventud blanca y atlética, la magnificencia de los grandes eventos, los elementos coreográficos o el uso de flores y guirnaldas para enfatizar los “sentimientos de alegría”. También otros distintivos como la uniformidad de los atuendos, las composiciones geométricas y los efectos caleidoscópicos de los ejercicios de danza y gimnasia.
Frente a la visión despolitizada que se ha ofrecido del género musical debemos plantear que el glamour y la nostalgia romántica en forma de fantasía escapista para distraer a la ciudadanía en tiempos difíciles no estaban exentos de ideología. Al igual que los fascismos, fomentaban la implantación de un único modelo de masculinidad y feminidad, la separación de roles, promocionando un entorno racista, antiintelectual, antifeminista y LGBTIQ+fóbico.
El punto de partida de Armonías de Senectud fue generar, mediante la tergiversación, una parodia que evidenciase la concepción heteropatriarcal y los contenidos políticos de los códigos visuales de la historia del cine y la propaganda audiovisual. Un rehacer para burlar y también celebrar algunos valores estéticos camp con una mirada igualitaria. Las protagonistas del proyecto no son figuras esperando que un sujeto se apropie de ellas, sus cuerpos no operan en la cosificación impuesta, son mujeres que se relacionan entre sí, que se miran y también dirigen su mirada al público, poniendo en cuestión el deseo masculino, motor fundamental de aquella industria. Dentro de los modelos a analizar aparecería Armonías de juventud (Busby Berkeley, 1940), que ha servido como inspiración para el título del proyecto.
La pieza es una instalación multicanal en tres pantallas, que incluyen el cuerpo del espectador como un elemento más, obligándole a transitar en los intersticios de una narración no lineal. Recorremos las habitaciones y sets, participando de la grabación y sus entresijos. Los escenarios, pasillos y escaleras parecen ofrecernos diferentes tránsitos entre la realidad y el más allá. La subversión de las estructuras narrativas emplea las herramientas que fueron perseguidas por los totalitarismos: el cine de vanguardia, la música atonal o la danza expresionista, generando distintos niveles de lectura en los que conviven los lenguajes de verosimilitud del making of o el cinéma vérité, junto con las idealizaciones del musical y unas escenografías arquitectónicas que ocultan su esquematización mínimal, abrazando lo teatral, lo antropomorfo y lo sexual.
La (in)conexión de las diferentes técnicas cinematográficas nos va llevando de lo concreto a la abstracción geométrica. Los flashes de estudio de una sesión fotográfica nos trasladan a un trance estroboscópico. Las performers pasan de pisar suelo a intervenir en vacíos cósmicos, transfigurándose en formas matemáticas que nos arrojan a una fantasía de tripi o a un mandala que parecería querer revelar alguna verdad sobre la estructura del universo. Lo alucinatorio a través de lo sensorial escópico sugiere una puerta a una realidad atemporal. La unión del cuerpo con lo trascendente en un éxtasis místico pero pagano. Un esoterismo laico protagonizado por unas bailarinas demasiado indisciplinadas como para poder ejecutar las danzas sagradas de Gurdjieff.
La iluminación, vestuario y maquillaje proporciona a las protagonistas una cualidad espectral, en algunas escenas danzan pero en otras se muestran haciendo tiempo para entrar a escena o profesándose gestos que manifestarían su intimidad. Ellas parecen divertirse, bailar buscando su propia satisfacción. La risa y la ligereza de los personajes deshacen cualquier tensión dramática. Estas conductas se plantean en contraste con las expectativas de disciplina vinculadas a los ejemplos de los que se parte. En ocasiones las miradas se dirigen a la cámara y en otras la interpretación es tan afectada que nos hace recordar en todo momento la naturaleza del artefacto. El cine otorga vida eterna a personas que no están materialmente presentes. Esta extraña fiesta de mujeres con aspecto fantasmal despliega un carroussel de imágenes en movimiento que no podemos abarcar. La luz de flash que nos podría permitir retenerlas es lo que activa una nueva transformación, remitiendo a la génesis de lo cinematográfico. Parecen exhibirse pero siempre se escapan. Su ausencia es lo que les da contenido.
Esta constante secuenciación de tensiones, que pasa de lo verosímil a lo ilusorio, del placer al displacer, se ven potenciados por una edición abrupta, heredera de las vanguardias históricas, que evita los cierres y clausuras narrativas. La convivencia de diferentes puntos de vista, de planos generales y de detalle, nos lleva a pensar en una crítica de la representación basada en la necesidad de la distinción entre el objeto y su imagen, entre lo verdadero y el simulacro en el cine.
Armonías de senectud no pretende reproducir el pasado porque actúa con consciencia de que su materia está habitada en el presente. Los rostros y los gestos de las actrices, bailarinas y performers que aparecen son los rostros y los gestos del veterano elenco de mujeres que las significan. Mujeres que con sus posicionamientos profesionales desafiaron el contexto de la moral franquista durante su juventud. No se pretende borrar esa dimensión histórica, el pasado en el que se fundamenta el trabajo, ese pasado reciente del contexto local y el presente. La sexualidad es un lugar crítico desde donde examinar nuestro actual sistema social. El entorno arquitectónico y conceptual del proyecto se activa con el movimiento desnudo y sexual de sus habitantes. Algunas normas de aquel Código Hays que dominó Hollywood desde los años 30 hasta finales de los 60 tienen ahora un reflejo en la moralidad que imponen las todopoderosas plataformas digitales norteamericanas con sus prohibiciones en materia de sexualidad, desnudos, religión, baile, vestuario y otros temas “reprobables”.
Obra realizada con la Beca MULTIVERSO a la Creación en Videoarte 2018, Fundación BBVA – Museo de Bellas Artes de Bilbao.